Una vez fuimos famosos by Miguel Alcantud

Una vez fuimos famosos by Miguel Alcantud

autor:Miguel Alcantud [Miguel Alcantud]
La lengua: spa
Format: epub
ISBN: 9788491297345
editor: Penguin Random House Grupo Editorial España
publicado: 2022-12-02T00:00:00+00:00


CINCUENTA Y CINCO

Me gustaría hablar con usted sobre Antonio López Gómez.

Selmo le hizo un gesto para que continuara.

En circunstancias normales le incomodaba hablar de sus pacientes, pero en este caso se trataba de su proyecto personal, por lo que se sentía doblemente incómodo.

—Es paciente suyo, ¿correcto?

—Sabe perfectamente que no puedo hablar sobre mis pacientes salvo que esté justificado en un caso muy concreto y a través de una orden del juez.

—Los dos sabemos que lo es, esa no es la cuestión.

—¿Y cuál es la cuestión?

Blanco sopesó sus opciones. El psicólogo no parecía dispuesto a ponérselo fácil. Decidió intentar involucrarlo de otra manera.

—Tengo indicios de que puede estar conectado con un asesinato en Vigo.

Selmo bajó la guardia por un momento, eso no se lo esperaba.

—¿Un asesinato? ¿Qué ocurrió?

—Un atropello con fuga.

—¿Un atropello es un asesinato?

—En este caso sí. Fue intencionado.

Toni involucrado en un asesinato… Al psicólogo le costaba aceptarlo. Conocía el historial de Toni y sabía lo que había hecho de pequeño, pero estaba rehabilitado y reinsertado. Por otra parte, los últimos hechos en el taller le inquietaban. Que hubiera dejado salir la violencia, aunque fuera verbalmente, no era buen síntoma.

—Ya veo… ¿Cuándo fue? ¿En qué fecha?

—Hace tres semanas.

Selmo respiró aliviado.

—Me consta que Antonio no salió de Cartagena en esa fecha —dijo.

El expolicía asintió.

—Sí, eso lo sabemos. Creemos que ha dado cobijo al principal sospechoso.

—Ignoro lo que hace ninguno de mis pacientes en su casa.

Blanco sonrió tratando de buscar la complicidad del psicólogo.

—Ya, imagino. ¿Ha notado algún comportamiento sospechoso en su paciente?

Toni no había cometido ningún asesinato, pero estaba claro que algo estaba pasando. Tenía que hablar con él tan pronto como le fuera posible. Si había algún problema, debía atajarlo antes de que se le fuera de las manos.

—Como he dicho, no voy a comentar nada acerca de mis pacientes.

—¿Prefiere usted colaborar con un cómplice de asesinato a colaborar conmigo?

Selmo se levantó. A Blanco le sobresaltó ver esa montaña de dos metros moverse hacia él.

Pero el psicólogo no fue hacia él. Pasó de largo y se dirigió hacia la puerta.

La abrió.

—Muchas gracias por su visita, espero que su investigación tenga éxito.

Ante la poco sutil invitación a marcharse, Blanco se levantó y se acercó a Selmo.

—Creo que se equivoca de enemigo.

Selmo sonrió.

—Yo no tengo enemigos —dijo y volvió a su silla—. Por favor, cierre al salir.

En cuanto se quedó solo, Selmo llamó por teléfono a Toni, pero este no respondió.

«¿En qué te has metido?», dijo para sí.

Cogió la chaqueta y salió a la calle.

En menos de diez minutos estaba delante del portal de Toni. Llamó al telefonillo. Nadie contestó.

Volvió a llamar por teléfono.

Nada.



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